Ganadores
1º ESO:
Fulanito – Jorge Huidobro Blanco 1º B
Starman – Sandra Ropero Ureña 1º A
2º ESO:
En el cuerpo del lobo – Claudia Herreros Saldaña 2º D
Cuento típico – José Luis López Acosta 2º D
3º ESO:
La lección de Nico y Lynn – Teresa Sánchez Calvo 3º D
Mario Miedoso – Enrique Gonzalvo Barreira 3º C
4º ESO:
Somos muerte – Ana Ysabel Rodríguez Pérez-Serrano 4º D
El reloj sin tiempo – Victoria Eugenia Rubio Ortega 4º D
Los tres cerditos – Lucía Macho Yagüe 4º D
BACHILLERATO:
Mi dragón T.O.C – Lara Torres Díaz 1º Bach B
¡Qué inútil! – Jimena Rodríguez Paredes 2º Bach A
1º ESO
1º Premio: FULANITO
Jorge Huidobro Blanco – 1º ESO B
Fulanito era un niño normal como cualquier otro: Iba al colegio, tenía extraescolares,etc. Pero un día, Fulanito descubrió que era especial.
Ese día, había ido de excursión con sus compañeros de clase al museo arqueológico. Estaban viendo herramientas de la prehistoria cuando apareció un monstruo horrible. Era una mezcla entre un tigre, un lobo, un cocodrilo y un murciélago. Con sus patas traseras de lobo ganaba la agilidad y ligereza que necesitaba para contrarrestar las ágiles y fuertes patas delanteras de tigre y la larga y poderosa mandíbula de cocodrilo para poder volar con sus alas de murciélago.
El terrible monstruo atacó directamente hacia él, le golpeó con su frente de cocodrilo en pleno vuelo con tanta fuerza que rompió el cristal de la vitrina, haciéndose un montón de cortes por todo el cuerpo, pero, para sorpresa suya, se le sanaron en seguida. Él, en contra defensa, cogió un bifaz de la vitrina y se lo lanzó al monstruo. Era la distracción que necesitaba para coger un cuchillo de sílex con mango de madera bien pulido y ver, para su sorpresa, que se transformó en un cuchillo precioso.
El sílex se transformó en hierro, y la madera, en una empuñadura del mismo material que la hoja revestida en cuero. Cuando volvió a dirigir la mirada al monstruo, ya se había sacado el bifaz de la piel y estaba listo para arremeter de nuevo. Cuando lo hizo, Fulanito le esquivó con increíble agilidad y le clavó el cuchillo en la barriga, pero no salió de ahí. Se había quedado sin arma, pero, para su satisfacción, el monstruo lanzó un grito que casi le revienta los tímpanos, aunque estaba listo para atacar de nuevo, sin embargo, a Fulanito se le ocurrió una idea.
El monstruo atacó con más fuerza y rapidez, que se habían agudizado con la cólera. Fulanito se quedó quieto hasta el último momento, cuando esquivó al monstruo y dejó que éste rompiera una vitrina donde había un espada de la edad de los metales con una hoja de cobre y una empuñadura de oro. Fulanito aprovechó su aturdimiento para subirse encima del monstruo y coger la espada, que se transformó en el sable más bonito que había visto jamás: Una hoja de diamante rematada por una empuñadura de esmeralda que, para su sorpresa, no pesaba nada, y antes de que el monstruo pudiera levantarse y sacudir a Fulanito para que se cayera, le clavó la espada al monstruo, derrotándolo.
Después, algo le teletransportó a otra dimensión, donde tuvo que derrotar a monstruos cada vez más terrorí cos, que le dieron cada vez mejores armas. Primero un le dio una funda para su espada, después una lanza, el siguiente un escudo, más tarde, otro le dio un kit de espada más funda, otro monstruo un arco, uno diferente un carcaj de echas in nitas,… hasta que estuvo completamente armado para derrotar a una bestia que le dio una entrada al campamento de magia y lucha más prestigioso del mundo, donde vivió eternamente, entrenándose.
2º Premio: STARMAN
Sandra Ropero Ureña – 1º ESO A
Una noche David, un hombre peculiar estaba tumbado en la calle recostado en su radio mientras un gato parecía disfrutar de la música de un club, entonces David miró al cielo desesperado y desmotivado por la vida cuando vió a un hombre del cielo, sin creerlo se frotó los ojos en asombro y se acercó a él. El hombre del cielo bajó y David le preguntó que quién era, el hombre del cielo le respondió «Soy un hombre de las estrellas.» con voz calmada, David lo miró, el hombre de las estrellas era extraño, brillaba y era de un color nuevo que antes era imposible de imaginar. David le preguntó qué hacía en la Tierra.
—Quiero venir a conoceros, pero os volaría la cabeza.— Él contestó.
David le miró sin extrañarse porque pensaba que les volaría la cabeza, pero intrigado de porque a la Tierra.
—¿Pero por qué nosotros?— Volvió a preguntar David.
—No lo destruyáis, aún hay esperanza y todo merece la pena.— El hombre de las estrellas respondió.—Dejad que los niños lo disfruten, dejad que los niños lo usen. — Continuó.
David le miró boquiabierto sin comprender al inicio siguió observando al hombre de las estrellas poco a poco empezó a ascender al cielo lentamente. Brillaba más que la luna y las estrellas, era impresionante e irreal. Ascendió más y más.
David sacó el teléfono del bolsillo y me llamó. Yo cogí el teléfono y el me dijo agitado:
—¡Mira por la ventana!— Extrañada le hice caso y vi una hermosa, imponente e hipnotizante luz en el cielo.
—¿¡Qué es todo esto!?— Dije aterrada e impresionada.
—¡El hombre de las estrellas!— Respondió él con un tono feliz, tan feliz que parecía que iba a explotar.
—¡Qué!— Exclamé sorprendida y extrañada mientras observaba esa luz que pronto iluminó toda la ciudad con una luz cálida de la que en ese punto todo el mundo se había percatado.
—Me ha dicho que no lo destruyamos, que todo merece la pena— Me contó David ilusionado —Me ha dicho que dejemos los niños lo disfruten, que dejemos a los niños usarlo.— Yo aún no lo entendía, pero mientras miraba a esa hermosa luz empecé a darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, sentí una sensación de esperanza abrumadora recorrer mi cuerpo, mis labios pronto formaron una sonrisa brillante que no podía apagar y por mis mejillas empezaron a caer lágrimas de pura felicidad y esperanza.
Y sin darme cuenta aquella triste y solitaria en la que tanto David y yo nos sentíamos abrumados y desmotivados por la vida se convirtió en un soplo de esperanza para todos, no solo para mí y Davis, sino para todos los que vieron al hombre de las estrellas, pues nos iluminó con esperanza por la vida.
2º ESO
1º Premio: EN EL CUERPO DEL LOBO
Claudia Herreros Saldaña – 2º ESO D
No sé donde estoy, bueno sí, en un bosque, rodeada de árboles. Miro al suelo, las hojas están cubiertas de un líquido oscuro y pegajoso. Lo que sangra es mi pierna. De repente, siento el dolor agudo que me acuchilla la extremidad. El pánico inunda mi sistema y sin tener tiempo para que vaya a más recaigo en un denso sueño.
Me despierto, de nuevo desubicada, pero sin dolor. Llevo puesta una especie de armadura metálica y hay mucha gente en el suelo. Todos parecen… parecen muertos. Noto a alguien detrás y antes de ser consciente, mi cuerpo reacciona solo. Unos segundos más tarde contemplo el cuerpo en el suelo, inconsciente. ¿Qué he hecho? No me da tiempo a contestar a la pregunta antes de que se acerquen tres guras por una de las puertas laterales de la enorme estancia. Sus pasos resuenan contra el suelo de metal provocándome escalofríos.
—Eyra, debemos irnos. —dice mirándome la mujer rubia que encabeza el grupo —Nuestra próxima misión se encuentra en una isla griega a trece horas de aquí y debemos llegar a tiempo para hablar con Esteban.
Me quedo callada sin escuchar lo siguiente que dice el moreno que tiene al lado. ¿Quién es Eyra? ¿Y las tres personas que tenía enfrente? ¿Misión? ¿Esteban? Veo como el tercer chico se dirige hacia mi y hago un esfuerzo por escucharle.
—Hoy te has arriesgado mucho, creíamos que no podrías con todos.
Estaba diciendo… ¿Yo había matado a los cientos de personas que había tendidas en el suelo? Me congelo ante la sensación que me recorre y que no se parece a nada que haya experimentado antes. No podía ser yo la que había hecho eso, ¿verdad?
. . .
El coche en el que me llevan da un fuerte frenazo, como si nos hubiéramos chocado con algo. Todo se queda en silencio. Veo moverse rápidamente a una sombra sobre la luna delantera. Todo lo demás pasa muy rápido.
Oigo disparos que no sé de dónde vienen pero hacen que me salpique sangre en la cara, a saber de quién porque en los últimos segundos me he quedado sola junto a cuatro cadáveres, sola y profundamente asustada. Una de las puertas se abre y mi temblar no hace más que incrementarse. Logro enfocar bajo las lágrimas que sin darme cuenta han brotado de mis ojos y la veo, me veo a mi. La persona que tengo delante tiene mis ojos, mi pelo, mi cuerpo.
. . .
— Puede, — dice la “chica que tiene mi cuerpo”, mientras me suelta sobre la única silla que hay en este sitio, parecido a un garaje, al que me ha traído — que una simple humana como tú necesite una explicación para todo esto. — añade sonriendo de forma malévola.
Es la primera vez en mi vida que tengo tanto miedo de alguien y, aunque tenga la necesidad de huir, estoy paralizada.
—No recordarás cuando estabas volviendo a tu casa, de noche y te llamé para que vinieras, ¿verdad?
Las imágenes llegan en barrena a mi cerebro. Alguien me llamaba, pero no por mi nombre, me llamaba… Caperucita.
—Resulta que después de embelesarte con mis encantos, intercambié mi cuerpo por el tuyo. Hubo claros inconvenientes que
hicieron que las conexiones entre tu cerebro y mi cuerpo se colapsaran— en ese momento me jé en su pierna, rasgada —De todas formas eso ya da igual porque, mientras tú llevabas a cabo mi papel de “lobo feroz”, — la imagen de todos los muertos se apareció en mi mente —yo he podido quitarles el poder a todos y quedármelo solo para mí.—Su risa era terrorí ca.
—Ahora, lo que quiero que hagas cuando regreses a casa, es contarles a todos que el único protagonista de esta historia es el lobo feroz.
2º Premio: CUENTO TÍPICO
José Luis López Acosta – 2º ESO D
Érase una vez tres pequeños cerdit-. Oh cuento equivocado, perdón, es mi primera vez como narrador, ¿dónde estaba ese cuento? ¡Aquí está!; Okey, comienzo de nuevo.
En el pueblo de quien sabe que, en la calle quién sabe dónde, el pequeño Pepito Giménez Gutiérrez o Pepe para sus amigos, estaba durmiendo plácidamente cuando…
Pepito Giménez Gutiérrez: Disculpe señor narrador, sé que le pagamos la hora, pero ¿se puede callar?
¡NO!, quiero decir, no, pues contaré tu fascinante historia. Pepito Giménez Gutiérrez: Vale, pero primero voy a
desayunar.
Así, Pepito Giménez Gutiérrez desayunó un ¿un pan con queso? No es muy interesante, pero yo no escribo el cuento así que, qué más da.
Después de desayunar, Pepito Giménez Gutiérrez se dirigía a su patio. ¡Dije, se dirigía a su patio! ¿A dónde vas?
Pepito Giménez Gutiérrez: A ver televisión. ¿Por qué?
Porque eso no es lo que planeamos, la cosa era tenías una duda, alguien te explicaba esa duda y hacías una re exión para darle una lección a la audiencia.
Pepito Giménez Gutiérrez: No sé, eso suena un poco aburrido.
Es la base de un buen cuento así que te aguantas. ¿Dónde iba? Ah sí. Pepito Giménez Gutiérrez se dirigía a su patio y comenzó a jugar, cuando se hizo la pregunta.
Pepito Giménez Gutiérrez: ¿Qué pregunta? Ten, solo lee esto.
Pepito Giménez Gutiérrez: “¿Por qué crecen los árboles?”. Un segundo yo ya sé por qué crecen los árb-.
¡De repente! El árbol del patio le comenzó a explicar por qué crecen los árbo-. Eh, ¿a dónde vas?
Pepito Giménez Gutiérrez: Voy a ver televisión.
¡No, no, no, eso no es parte del cuento!
Pepito Giménez Gutiérrez: Amigo estás siendo un poco, muy mandón.
¡Bueno, tal vez tú estás siendo un poco, demasiado insubordinado!
Pepito Giménez Gutiérrez: Amigo tienes que entender que no puedes obligar a las personas a hacer cosas que no quieren.
Bueno, no lo había pensado así, tal vez el obligarte a hacer el cuento no sea algo muy ético.
Pepe: ¿Qué tal si vemos la televisión juntos?
Pues me parece muy bien. Después de que el narrador aprendiera su lección, se puso con su amigo Pepe a ver televisión. ¡Eh eso rimo! Me pongo serio de nuevo; de repente Pepe se llenó de preguntas.
Pepe: Señor narrador, ¿Por qué era malo al principio?, ¿Por qué los cuentos tienen que tener una lección?, ¿Cuánto nos va a cobrar por narrar el cuento? Y ¿Porque hay gente mala?
Eso, mi querido Pepe, es un cuento para otro momento.
3º ESO
1º Premio: LA LECCIÓN DE NICO Y DE LYNN
Teresa Sánchez Calvo – 3º ESO D
Había una vez un joven príncipe llamado Nico que no le temía a nada, ¡ni siquiera a las peligrosas serpientes! Sin embargo, sí había una criatura que se le rondaba por la mente todas las noches causándole pesadillas. Se trataba de los dragones, una especie que él jamás había visto, pero de la cual siempre le habían hablado de muy malas formas. En el reino de este príncipe se odiaba a los dragones y estaba prohibido cruzar las murallas de la ciudad, pero Nico nunca había sabido por qué.
Al otro lado de los grandes muros que separaban la zona urbana del bosque, vivía una familia de dragones muy querida por los de su especie. El pequeño de esta familia se llamaba Lynn. Este era muy curioso y valiente, pero se ponía muy nervioso solo de pensar que se cruzaba con un humano, pues les temía a más no poder. Es por eso por lo que nunca se atrevería a salir de su bosque para adentrarse en la gran ciudad.
Una noche, Lynn llegó a casa después de haber dado un paseo con sus padres por el bosque. Pero para su sorpresa, cuando se metió en la cama se dio cuenta de que le faltaba su peluche Rony, sin el cual Lynn no podía dormir. El dragón reunió todo su valor para salir a escondidas al bosque en busca de su pequeño amigo.
No muy lejos, el pequeño caballero tampoco conseguía conciliar el sueño, así que como de costumbre se asomó al balcón a observar la inmensidad del bosque que tenía frente a él. Cuando decidió irse a la cama, comenzó a escuchar un llanto desconsolado que venía del bosque. Nico quiso demostrar su valentía yendo a ayudar a ese ciudadano que seguro que había sido atacado por un dragón. El príncipe salió sigilosamente y por primera vez cruzó esas grandes y asombrantes barreras que tantas dudas y tanto respeto le imponían.
A medida que Nico se adentraba en el bosque, el llanto se escuchaba más cerca y más fuerte. Después de un rato caminando llegó al sitio de donde provenía el escandaloso llanto, estaba justo tras un arbusto. ¡Por n iba a derrotar sus miedos e iba a capturar a un temible dragón! Sin embargo, cuando Nico saltó el arbusto dispuesto a atacar y con una mirada amenazante, se encontró con algo no esperado. ¿Cómo es posible que haya un dragón llorando? ¿Los dragones no son malos? Miles de preguntas se le pasaban por la mente a Nico al ver esa imagen.
Por otro lado, Lynn en cuanto vio a Nico quedó completamente paralizado. Pero se extrañó aún más cuando el rostro amenazante del guerrero cambió a uno compasivo y sincero. El chico se acercó a la triste criatura y le preguntó que por qué lloraba, a lo que el dragón le contó que no encontraba encontraba a su peluche y que tenía miedo porque iba solo.
Así que Nico le tendió la mano y juntos buscaron a Rony mientras hablaban y se hacían más cercanos. Una vez encontrado el peluche y ya despidiéndose, llegaron los padres de Nico y los de Lynn preocupados por sus hijos. Cuando vieron que se abrazaban los pequeños de cada casa no podían creerlo. Y aunque al principio no lo aceptaron e incluso estaban dispuestos a pelear, sus hijos les enseñaron lo que de verdad signi caba la valentía. Los padres vieron que no valía la pena pelear por el hecho de no ser iguales, sino que era mejor aceptar haberse equivocado y pedir perdón para poder crear nuevas
amistades. Desde entonces dejaron de existir esas grandes barreras que separaban las distintas vidas, y Nico y Lynn fueron solo la primera amistad de muchas más que surgieron entre humanos y dragones.
2º Premio: MARIO MIEDOSO
Enrique Gonzalvo Barreira – 3º ESO C
Había una vez un niño llamado Mario que era muy miedoso.
Mario dejaba de hacer actividades divertidas por miedo a lo que pudiera pasar. No jugaba con su pelota por miedo a que se pinchara, no jugaba al pilla-pilla con sus amigos por miedo a
caerse e incluso no salía a la calle por si llovía y terminaba mojado. Su madre ya no sabía qué hacer con él y con sus temores.
Un buen día, Mario se iba a ir de excursión con sus compañeros de colegio, pero cuando llegó la hora empezó a decir que no quería acompañarlos porque iban a ir al bosque y le daba mucho miedo, así que su madre intentó una cosa para ver si funcionaba. Mario le dijo que no quería subirse en el autobús por miedo a que se le pinchase una rueda en mitad del bosque, a lo que su madre le contestó que no se preocupase porque un oso bueno iría a rescatarle.
Entonces, el niño preguntó a su madre qué sería lo que pasaría si el oso se perdía en el bosque, a lo que ella le respondió que no ocurriría nada, ya que sus buenas amigas las hormigas le llevarían por el camino adecuado. Mario preguntó entonces lo que pasaría si se encontraba con un águila por el camino y su madre le dijo que sería estupendo que eso le ocurriese, ya que el ave le ofrecería montarse en su lomo y le llevaría volando a ver el mar. El niño, asustado, insistió que no quería que eso pasase para no caerse al agua y su madre le explicó que una ballena le iría a rescatar y le llevaría a dar un paseo por las profundidades del mar, a lo que Mario dijo que no por si se ahogaba. Entonces, su madre le contestó que no se preocupase ya que la ballena le llevaría hasta una manada de del nes que le llevarían alegremente por la super cie del agua. Sin salir de su asombro, Mario preguntó a su madre lo que pasaría si se encontraba con gaviotas y le atacaban, a
lo que ella contestó que las gaviotas sólo se acercarían a él para llevarle volando hasta la sabana africana a conocer a una familia de gacelas. Mario, aterrorizado, comentó que no quería ir allí por si se encontraba a un elefante y le pisaba, a lo que su madre le contestó que el elefante era amistoso y bueno y sólo le querría ayudar, cogiéndolo con la trompa y lanzándolo con mucha fuerza hasta su casa y… ¡simplemente habría vivido una gran aventura!
De repente, una gran sonrisa iluminó la cara de Mario, que preguntó a su madre lo que pasaría si no ocurriese nada de lo que habían estado hablando. Ella, devolviéndole una tierna sonrisa, le contestó que simplemente habría disfrutado de un fantástico día con sus amigos en el bosque.
Así que Mario, muy feliz, le dio un beso a su madre y se fue a la excursión con muchas ganas de pasárselo bien.
4º ESO
1º Premio: SOMOS MUERTE
Ana Ysabel Rodríguez Pérez-Serrano – 4º ESO D
El temible minotauro no entendía por qué estaba allí, simplemente existía y con eso le bastaba y le era más que su ciente para seguir viviendo como lo había hecho desde que tenía memoria. Para Asterión, el mundo se reducía tan sólo al laberinto y no necesitaba absolutamente nada más, a parte de, de vez en cuando, aquellos manjares llamados “humanos” que solían aparecer en el laberinto corriendo y gritando; el minotauro incluso se divertía haciéndolos callar.
Pero, un día cualquiera, para sorpresa de Asterión, las tornas cambiaron y fue uno de aquellos suculentos manjares quien le calló a él, el ser que creyó que iba a devorar alzó la espada contra él. Antes de que el minotauro tuviera tiempo su ciente para preguntarse por qué los dioses le habían enviado aquel manjar tan extraño, sintió que un frío metal le atravesaba de parte a parte. Y entonces todo se volvió de una inquietante oscuridad que Asterión llegó a confundir con la noche.
—¿Así que tú eres uno de mis hermanos griegos? —dijo una voz femenina que Asterión no fue capaz de reconocer— ¿qué tal te han tratado los tuyos?
Asterión abrió los ojos y vio que se encontraba en un frío y oscuro ambiente desconocido. Era un paisaje tétrico, incluso parecía ser más solitario que su habitual laberinto.
—¡Oye! —llamó la voz de antes— ¡Mírame! ¡Estoy aquí, delante de ti!
El minotauro alzó la vista y se encontró con una imponente gura vestida de negro. Lo que más le llamó la atención de aquella extraña es que la mitad izquierda de su cuerpo fácilmente podría confundirse con cualquier mujer humana del montón, de las que se había comido; pero, sin embargo, la mitad derecha del cuerpo de la desconocida era
como un cadáver a medio devorar.
—¿Quién eres? —preguntó, intrigado— ¿por qué estoy aquí?
¿Hay alguna parte del laberinto que no conozca?
—Estás en Helheim, el mundo de los muertos. Yo soy Hela, tu nueva reina, tu hermana.
—¿Muertos? ¿Aquello qué sería? Asterión, por irónico que parezca, no sabía lo que era la muerte.
—¿Qué es eso del mundo de los muertos? —preguntó muy intrigado.
—¿Cómo puede ser que no lo sepas, si tú y yo somos la misma muerte?
—No conozco la palabra “muerte”.
—Tú y yo no somos hermanos de sangre, Asterión —el minotauro miró a Hela, interrogante—, sino que lo somos porque ambos nos dedicamos a lo mismo —la diosa hizo una pausa—. Ambos estamos en el universo para redimir a otros seres, les libramos de todo peso, de todas las responsabilidades y las penurias que conlleva la vida.
—¿Entonces por qué estoy aquí?
—Porque tú también has sido redimido, Asterión, aunque en realidad nosotros no necesitamos eso porque, aunque nos consideren bestias, nuestra labor no es tan mala como piensan. A los mortales les ciega tanto el temor que no son capaces de comprender que la muerte es la verdadera vida.
Asterión miraba a Hela con curiosidad. Era demasiado irónico que una criatura como él no supiera lo que era aquello para lo que había empezado a existir. Pero, a menudo, nuestra conciencia acalla las cosas moralmente cuestionables que hacemos con tal de no ensuciarse a sí misma: En el caso de Asterión convertía el concepto de “matar y devorar” en “comida”.
En cualquier caso, ¿es justo matar si nuestra conciencia dice que eso es lo que está bien? ¿Tenemos un propósito marcado para nuestra existencia? En tal caso, ¿podemos juzgar por nosotros mismos si este es moralmente cuestionable? ¿o es que, acaso, el concepto del “bien” y del “mal” realmente no existe y tan solo se trata de un constructo humano para consolarnos ante nuestras acciones?
2º Premio: EL RELOJ SIN TIEMPO
Victoria Rubio Ortega – 4º ESO D
Caminaba por un campo de tulipanes, al aroma dulce le llegaba hasta las fosas nasales y le producía una sensación de comodidad. Se sentía feliz, inexplicablemente feliz, y pudo notar como sus pies se separaban del suelo. ¿Volaba? De repente mil imágenes llenaron su cabeza.
Muerte, destrucción, ciudades arrasadas; era lo que veía, pero aún así se sentía feliz, inexplicablemente feliz. Aunque eso no duró mucho, porque la felicidad se transformó en confusión: veía borroso, los colores rojizos y anaranjados de los tulipanes se desvanecían y se difuminaban para volver a formarse. Caía al suelo y de repente volvía a notar la ausencia del pasto bajo sus pies descalzos Le entraron náuseas. Cerró los ojos y acabó. Todo se paró, ya no notaba nada a su alrededor; los tulipanes habían desaparecido.
Cuando Marcos abrió los ojos no recordaba nada de un campo de tulipanes. Se encontraba en una estancia oscura, pero con su ciente iluminación tenue como para notar su reducido tamaño. La luz venía de unas bombillas de luz LED amarillentas, situadas a los costados de un reloj. Uno de esos antiguos con números romanos, que parecen de una estación de tren inglesa del siglo XX. Marcos se jó en que no tenía agujas, y en su lugar había una estructura circular con echas que apuntaban a todos y cada uno de los números. “Hola, chico” dijo una voz grave. “Bienvenido”. La voz era tan grave que Marcos apenas podía oírla. Sobresaltado, dijo “¡Eh, tú! ¿Dónde se supone que estoy?”, aunque no tenía esperanzas de obtener una respuesta. Pasaron unos instantes y la voz dijo “No”. “¿No qué?” Marcos iba a replicar, pero fue interrumpido de nuevo. “No estás. No estás, chico.
Tú mira el reloj. No dejes de mirarlo”. Se asustó; no quería admitirlo, pero le asustó el tono que adoptó la voz en la última frase.“Pero si ni siquiera da la hora, marca todos los números”. La voz empezó a reírse de manera macabra, pero de repente, paró. Paró para responder.
“Pues claro que no marca ninguna… hora. Interesante designación. Aquí eso no existe, pero para eso estás tú, niñito. Eso a lo que vosotros llamáis “tiempo” no existe aquí, si se puede considerar un lugar. Eres un puente, me han encomendado que te lo dijese solamente cuando preguntases algo con cerebro. A ver niño, ¿por qué crees que ni yo puedo apenas oír mi voz? Ya me he dado cuenta de lo grave que es, o por lo menos, que suena. Pero eso se debe a que no tiene nada con que retumbar. No hay tiempo. El tiempo para vosotros es algo inmaterial, que usáis para cantar canciones o medir intervalos. Pero no os habéis dado cuenta de que es el tejido de nuestro mundo, rige los pilares del universo y de la existencia, es como la fuerza magnética que evita que salgamos otando. Pero no hay. No queda. Por eso mi voz no puede sonar como verdaderamente es, no tiene ningún sitio donde retumbar”.
Marcos quedó sin palabras tras semejante monólogo, ¿qué quería decir con que no había tiempo? ¿Acaso eso es posible? “¿Qué?
¿Pretendes que entienda todo eso? Que no hay tiempo dice. Vale. ¿¡Y YO QUÉ TENGO QUE-!?”. Se calló. Lo que sintió en ese momento casi le hace perder la consciencia. No tenía cuerpo, no era él. No era nada. No ERA. “Veo que te has dado cuenta de la naturaleza de los que estamos “aquí”, si se puede considerar como tal”. Dijo la voz tras la repentina pausa de Marcos. “Mira chaval, tú estás AHORA por algo. Mira el reloj. Tú vienes de una zona en la que aún queda tiempo, y por lo tanto te queda alguna noción de él. Tienes que seguir mirando el reloj; si consigues recordar qué hora era antes de acabar aquí, si te concentras en esos malditos números romanos, tal vez reactives el tiempo para nosotros.” Marcos comenzó a pensar, no tenía ni idea, pero de repente, notó algo que le llevó a hablar.
“Creo que las doce”.
2º Premio: LOS TRES CERDITOS
Lucía Macho Yagüe – 4º ESO D
Érase una vez tres cerditos con problemas de alimentación debido a los comentarios que la gente hacía acerca del resto de animales, en comparación a ellos.
Todo comenzó un día que éstos fueron a un parque, y éstos tropezaron y se cayeron a un charco de barro. Un grupo de humanos adolescentes, nada más verlos dijeron: ¡Chicos, mirad! ¡Unos cerdos sucios y gordos! ¡Apestan! ¡Que no os toquen que os van a transmitir una enfermedad!
Ese mismo día, llegaron y se pusieron a llorar. Uno de ellos decidió empezar a saltarse alguna comida del día, hasta que acabó por comer una ensalada diaria. El segundo aquito miraba las calorías de todo lo que iba a consumir evitando acercarse a las 300 calorías en el desayuno, las 400 en la comida, y las 375 a la cena. Tristemente, el último, al ver cómo estaban sus hermanos, y como se empezaron a aislar para evitar que otra gente les viera, cayó en depresión y casi no dormía ni comía.
Ninguno se quería y buscaban la aprobación del resto sin tener la suya propia.
Llegó un día en el que el cuerpo del primer aquito no pudo más, y cuando se fue a levantar a hacer ejercicio como todas las mañanas, se desmayó y, no fue hasta dos días después que lo encontraron. Llamaron a la ambulancia y se lo llevaron al hospital.
Ninguno de los otros dos quiso pedir ayuda a un psicólogo y, poco después, le pasó lo mismo al segundo aquito. Pero cuando el tercero
se quedó solo, se sintió tan solo y desanimado que decidió quitarse la vida dejando la siguiente nota:
“Queridos hermanos, disculpad por haberos dejado solos, pero me sentía solo, desanimado, sin fuerzas y no me gustaba f ísicamente. Vosotros estáis tan delgados y esbeltos, que no me sentía ni siquiera parte de la familia. Espero que no os entristezcáis mucho, pero yo ya no podía más. Estaba tan cansado mentalmente… ¡Pero por n estoy en paz! Siempre os cuidaré desde aquí y me aseguraré de que no os pase nada. Ayudad a quien lo necesite, y me estaréis ayudando a mí.
Por siempre con vosotros
Vuestro hermano, el tercer cerdito”.
Al leer esto, tras volver juntos, más fuertes por la comida que les obligaron a consumir en el hospital, lloraron mucho, y se lamentaron por no haber contado lo que pensaban a alguien, ¡ni siquiera entre ellos! Quizás, si hubieran escuchado cómo se sentía y como de delgados les veía, su hermanito seguiría vivo.
Meses después, ya totalmente recuperados, oyeron como alguien tocaba a su puerta. Era un lobo extremadamente esquelético. Les pidió ayuda ya que habían visto como, tras la muerte de su hermano, habían aumentado en masa corporal y muscular. Ellos le escucharon, y con paciencia y mucho tiempo se curó y les dijo: “Vuestro hermano está muy orgulloso de vosotros”. Le preguntaron el por qué lo sabía, y él sonrió y les dijo: “Muchas gracias por ayudarme, ayudarnos, os lo agradecemos de verdad, seguid ayudando a otros”.
Los aquitos se miraron entre ellos, y cuando se volvieron a girar, el lobo había desaparecido.
BACHILLERATO
1º Premio: MI DRAGÓN T.O.C
Lara Torres Díaz – 1º Bach B
Hace ya muchos años, debía tener siete u ocho, que salí a dar ese paseo…Recuerdo que algo me llamó la atención, me acerqué y vi que era un gran huevo rosa con las siglas T.O.C. Pensé que era un juguete que había perdido a su dueño, y lo cogí sin dudarlo.
Traté de investigar el signi cado de las siglas y me salió “Trastorno obsesivo compulsivo”, en aquel momento no presté atención a este, y dejé el juguete en la estantería de mi cuarto, donde permaneció durante años.
Tenía catorce años el día que vi una pequeña rajita en el huevo, pensé que se habría caído o dado un golpe, pero la grieta se fue haciendo más grande. Cada día estaba más confundida y quería saber qué era aquello. Tras dos meses de espera, el huevo eclosionó y nació una preciosa cría de dragón blanco. Al principio estaba asustada al ver aquel animal, pero su simpatía me dio con anza, y, como no, le llamé T.O.C.
A partir de ese día, yo cada noche realizaba un ritual, y si no lo hacía me parecía que iban a ocurrir todas las cosas malas del mundo, a mí, a mis seres queridos, e incluso a personas desconocidas. Ordenaba mis peluches siempre de la misma manera, miraba vídeos sin pestañear, decía palabras en la cama con la luz apagada, en de nitiva, me hacía daño. Y conforme los rituales aumentaban y se hacían más crueles, el dragón crecía más y más. Pero para el resto del mundo era invisible.
Llegó un día en el que los rituales no eran solo por la noche, eran a muchas horas y, sobre todo, siempre que ocurrían cosas malas a otras personas me echaba la culpa.
Además, sentía que sin mis rituales no aprobaría mis exámenes y eso me generaba mucha presión. Podía tirarme la noche entera haciendo rituales si sentía que no los había hecho bien.
Además, le había empezado a tener fobia a las enfermedades, y si estaba con gente con infecciones contagiosas me ponía histérica, pasándolo fatal. Si estaba con gente con enfermedades graves sentía que era mi culpa, y no podía ni mirarles a los ojos.
El dragón era enorme, ocupaba todo mi cuarto y echaba fuego por la boca, ya no era simpático, era un monstruo. Entonces mis padres que cada vez me veían peor y no entendían nada, decidieron ayudarme. Me llevaron a una psicóloga y a un neurólogo, y estos me diagnosticaron Trastorno obsesivo compulsivo. Ahí entendí lo que era
verdaderamente mi dragón y por qué solo lo podía ver yo.
Con la ayuda de estos especialistas, estoy disminuyendo el tamaño del dragón y controlándolo, hasta que solo vuelva a ser un huevo en mi estantería. Sigo haciendo rituales, pero cada vez tardo menos tiempo. Sigo echándome la culpa de las cosas malas que ocurren, pero me enfrento a estos pensamientos y no hago un ritual. Sigo teniendo
pánico a las enfermedades, pero poco a poco aprendo a vivir con ello. Sigo teniendo T.O.C. pero no le dejaré crecer y al nal, incluso, será mi amigo.
1º Premio: QUÉ INÚTIL – Cuento contemporáneo
Jimena Rodríguez Paredes – 2º Bach A
—¡¡PERO CÓMO SE ATREVE USTED!!- dijo el Jefazo mientras le cruzaba la cara (literal y guradamente) a su pobre subordinado. Éste se desploma en una silla mientras ella se encoge detrás del escritorio del secretario que, por supuesto, ha salido huyendo “porque le fallaba el wi ”. La otra cierra los ojos y dice lo mismo que su compañero, pero sin eufemismos:
—Señor. Con todo el respeto. No comprendemos lo que quiere de nosotros.
El Jefazo abre los ojos, estupefacto:
—¡Malditos! ¡Incompetentes! ¡Yo no quiero nada de vosotros! ¡Lo único que quiero es que hagáis vuestro trabajo! ¡Nada más!
Sale furibundo. En ese momento la ministra de Industria se arrastra desde detrás del escritorio para ir en auxilio del ministro de Infraestructura, que sigue deliberando qué le ha dolido más: si la torta con la mano abierta o la somanta.
—¿Qué vas a hacer?
—Mandé un coche esta mañana para recoger a mi candidato para esta tarea…
— ¡Ocupémonos! Pero ¿estás seguro?
—Completamente, y no es “ocupémonos”. Es asunto mío y no te corresponde.
Al haberse ido Lotte de la sala, el eminente ministro se sienta a esperar con el corazón a mil por hora. “Ayuda, ¡por n!… Un recipiente que moldee las ideas que hay que llevar a cabo… Es extremadamente dura la carga del trabajo solitario…”
El “candidato” entra, guiado por un ujier, justo cuando Martin lleva cinco minutos lamentando(se) su abandono. Nine sonríe mientras se dan la mano. Viste exquisitamente y parece encantador. El ministro también sonríe, y comienza la entrevista. Se demuestra que es perfecto, piensa, le comentaré la empresa:
—Infraestructura. Monumentos. Algo vistoso ¿sabe? Cuatro por lo menos
—¿Cuatro, qué?- pregunta el técnico, abriendo burlonamente unos ojos demasiado brillantes y revelando algunas arrugas. -No puede decirme las cosas así, señor ministro… usted DEBE saber lo que quiere. Imaginarlo, pensarlo, considerarlo, dibujarlo, decidirlo, describirlo, describírmelo… y se trabajará, pero si es para el líder de nuestra nación… Haré un esfuerzo.
II
Se estimaba que un millón de personas habían acudido a las inauguraciones del puente, el arco conmemorativo, la plaza y los nuevos ministerios.
“¿Ves? El éxito de estos edi cios no es su belleza formal, o su estética, o su funcionalidad o curiosidad, sino que el pueblo lo acepte como digno y suyo. Que le guste, vaya” Impresionantes … Sentado en su sofá de cuero falso del despacho, Martin les da vueltas a las palabras del Jefazo mientras siente una sensación extraña. Ocioso, mira por las ventanas. Los limpiadores. El inútil del secretario peleándose con la fotocopiadora. Lotte, que últimamente le miraba mal, andaría unos pisos más arriba. No estaba seguro si la jugada le había salido bien, mucho menos si le sería provechosa. Ya se ocuparía de ello, por ahora el Jefazo estaba pletórico.
III
Sentado con Lotte en primera clase, el ministro de infraestructura nalmente cree que lo comprende todo: se siente en paz, en una paz y tranquilidad absolutas, como si nada importara demasiado…
—Sí, porque lo delegaste todo. Ese hombre que trabaja contigo produce genialidades, pero se aprovecha de ti.
—En realidad, todas las ideas son mías, pero Nine me ayuda a materializarlas, nada más.
—Y qué. ¿Crees que eso es valioso? Tú te quedas con lo fácil, que es recostarte en tu mesa y “pensar”, ¡y ni siquiera eso lo haces bien!
Martin piensa que siempre ha hecho lo que ha estado a su alcance, que, ¡de ninguna manera! se siente un inútil.
—…Estás aquí como un estúpido, hablando de sentimientos y pendiente de cosas que no…
—¡¿QUE NO TIENEN IMPORTANCIA?!
De repente, todos están en el suelo de golpe. No son turbulencias normales, piensa el secretario. Los dos ministros se levantan lentamente, sorprendidos. El secretario vuelve, blanco como la pared:
—Estamos a punto de tomar tierra y el piloto ha visto un agujero enorme en la pista de aterrizaje.
—¡¿Cómo?! ¿una grieta? ¿No puede aterrizar en otro sitio?
-Demasiado tarde. Va a ser un aterrizaje horrible. Que Dios nos proteja.
Martin observa cómo los pasajeros se encogen detrás de sus asientos. Incrédulo, telefonea a Nine:
—¡Nine! ¡Estoy volando sobre el Aeropuerto Principal y la pista está semidestruida! ¿Sabías algo de esto?
—¿Yo señor? ¡De ninguna manera!
—¿Que no? ¡Tú eres mi arquitecto! ¿Por qué no lo has arreglado?
—¡Yo, señor, sólo soy un arquitecto cuya única labor era agradar al líder de nuestra nación!
Martin cuelga el teléfono, incrédulo. Jamás pudo concebir que la pista del aeropuerto principal se encontraba en tan mal estado, y el avión en el que van 788 pasajeros va a estrellarse a las 12.29 porque no encuentra tierra bajo sus ruedas. Mira por la ventanilla y ve los monumentos abandonados mientras oye que, por alguna razón, el titanio acerado comienza a derretirse.